charlas



Registro fotográfico: Rubén Garay

Laguna 
Ciudad de México
2024

Artistas:
Alicia Ayanegui
Enrique Arriaga Celis
Daniela Bojórquez Vértiz
Virginia Colwell
Manuela García
Leo Marz
Jonathan Miralda Fuksman
Daniel Monroy Cuevas
Paloma Rosenzweig
Oswaldo Ruiz

La exposición fue posible gracias al apoyo de FOCO Lab.


En las sombras, nuestros fantasmas acechan



A un fantasma lo define su inmaterialidad. Aunque carece de cuerpo, su aparición tiene efectos causales: afecta al presente y condiciona sus expectativas. En 1785, Jeremy Bentham –filósofo y jurista británico– imaginó cómo podría contribuir el diseño de los espacios a materializar un sistema ideológico fundamentado en el respeto a las jerarquías y en el mantenimiento del orden. Así surgió el panóptico –del griego pan (todo) y optis (vista)–, un modelo arquitectónico que posibilitaría el ejercicio de una visión total. Aunque en un inicio se concibió para fábricas, el panóptico fue adoptado principalmente en cárceles, gozando de gran popularidad hasta inicios del siglo xx. Gracias a una torre central que brindaba un punto de vista estratégico, todas las personas encarceladas vivían bajo la sensación ominosa de una observación incesante. Este diseño escópico cambió cómo vigila y marca un Otro social al cuerpo individual, cumpliendo exitosamente el objetivo de Bentham: provocar una sensación de vigilancia introyectada en las personas observadas. Casi dos siglos y medio después de su creación, la evolución de esa mirada omnisciente es el espectro que cubre con su sombra a las obras reunidas en esta exposición.

Derivada de un estado paranoide, la visualidad ansiosa de estas obras se manifiesta de maneras específicas. Cual si fueran producto de un nervio óptico dañado, se produce una visión cansada; los contornos de sus formas se desdibujan, son difíciles de definir. La materialidad se torna abstracta y difusa. La ciudad, la mirada y la vigilancia confluyen en los ángulos distorsionados de su paisaje, al igual que en el contraste saturado de sus sitios anodinos, en los que es difícil descifrar si permanecen  inhabitados o si recién fueron abandonados; la desorientación es tanto espacial como temporal. La memoria deviene frágil, se manipula como un hilo que corre entre los dedos de la mano buscando darle sentido a través de una figura, pero su forma cambia con fugacidad. La penumbra diluye la nitidez de los objetos y su representación parece emerger de un sueño; las imágenes se construyen a partir de impresiones plasmadas vagamente en recuerdos que tal vez sean fabricados. Entre los colores tenues y trazos erosionados, el futuro desaparece lánguida y lentamente pues la capacidad de concebir un mundo distinto al que habitamos se descarta del horizonte: el agotamiento homologa las formas.

Hay quienes encuentran en el panóptico el origen de la actual sociedad de la vigilancia, en la cual la sensación de acecho se ha agudizado y extendido gracias a la revolución digital. Hoy en día, ¿acaso tal monitoreo constante merma la acción política? Cuando no hay resquicio que escape a esa mirada intimidante, ¿cómo puede ejercerse la clandestinidad? En el espacio de exhibición emergen intentos sutiles por accionar el ejercicio político: éste se despliega en lenguajes aparentemente cifrados que evocan expresiones antiguas pero se materializan en haces fantasmales de luz. Para evitar que el pasado quede flotando entre la historia y el olvido, otros lenguajes surgen del azar –algo provocado por causas complejas y no lineales, que eluden la predicción– con el deseo de crear narrativas que puedan recogerlo, así sea parcialmente, en fragmentos.

En contraste con el panóptico y su anhelo por una visión total, la exposición sucede en un espacio rodeado por una barricada –desordenada, irracional, improvisada–, una fortificación creada con la maquinaria desvencijada y los restos de la antigua fábrica que la alberga. Como formas instrumentalizadas de arquitectura, esto es, construcciones que devienen un arma, las barricadas crean una estructura que, contrario al panóptico, ocluye la visión: generan un punto ciego, aquella zona fuera de alcance. Como una disrupción al tiempo y el espacio, en ese paréntesis el tiempo queda suspendido, se ralentiza el ritmo acelerado del exterior. Los recuerdos evocados dentro de este bucle flotan, como fantasmas, en su interior.