Eva Jospin: Folies
Mariane Ibrahim, Ciudad de México, 2023


L’artifice toma tiempo”, afirma con desenfado y sinceridad Eva Jospin (n. en París, 1975) mientras platicamos sobre su obra y sobre Folies, su primera exposición en México. L’artifice, el artificio, aquella habilidad general o procedimiento ingenioso para engañar al ojo es un elemento tan arraigado en su práctica que, incluso al comunicarse en otro idioma, no filtra el término; prescinde, quizás inconscientemente, de su traducción. Y, efectivamente, mucho se ha escrito sobre la capacidad extraordinaria de Jospin para replicar el mundo a través del uso prodigioso del cartón –material predilecto al que transforma en espuma, árboles, rocas, sedimentos, o en cualquiera de las formas y texturas que un paisaje boscoso o mineral pueda ofrecer a la vista–. No obstante, la atención que se ha puesto en el tiempo que exige esa artificialidad ha sido mucho menor.

Durante poco más de una década, Jospin ha trabajado con obstinación en la manipulación del cartón corrugado, logrando transformaciones de tal precisión mimética que han sido veneradas por la prensa casi como actos de transmutación alquímica. Más cercana al perfeccionamiento de un oficio, la práctica de Jospin muestra mayor afinidad con una práctica artesanal –las largas jornadas de experimentación en el taller, el método de prueba y error con distintas herramientas o el desarrollo de nuevas técnicas– que con la naturaleza cerebral del arte conceptual. Así, la artista ha confeccionado un vocabulario técnico, temático y formal que la ha llevado a generar lo que ella nombra “un lugar”. Esto es, en vez de transitar por períodos o estilos, se ha forjado un sitio propio desde el cual crear, y en él recurre de forma insistente, obsesiva e iterativa a los mismos tropos y materiales. Prueba de ello son las comisiones realizadas para el Museo del Louvre en 2016 y para el Museo de la Caza y la Naturaleza de París en 2021.

Colocado sobre la fuente de la cour carrée del Louvre, Panorama es una estructura de espejos decagonal que se camuflaba con los edificios que la rodeaban y en cuyo interior se revela un paisaje inmersivo que parece abrir un paréntesis, guiar hacia un espacio de excepción: un lugar fuera del tiempo. Gracias a la ausencia de puntos de fuga, a la transición de una escala monumental hacia un bosque que envuelve la mirada –la obra fue diseñada a 360º– y a la desconcertante monocromía del cartón, Panorama invita al público a perderse en su (a)temporalidad. Descifrar qué se contempla, sumergirse en cada minucia y detalle es el tiempo que el artificio demanda, pero no únicamente a quien lo crea sino, también, a quien lo contempla.

Galleria, por su parte, es una estructura arquitectónica conformada por un largo corredor abovedado en cuyos muros y techo se despliegan elementos vegetales, minerales y arquitectónicos (casetones, plintos, nichos, remates, molduras con texturas lisas, desbastadas, abujardadas o estriadas) dispuestos a la usanza de un studiolo renacentista. Siguiendo un emplazamiento similar al ideado para el Museo de la Caza y la Naturaleza, la obra se activa como un espacio/momento transicional entre el exterior y el interior, preparando a las visitantes para adentrarse en las folies de la artista. Esta palabra, que aparece a menudo dentro del universo creado por Jospin y da título a la exposición, juega con la polisemia del término. Folie, que en francés significa “locura” y surge como alteración de feuille, “hoja”, se emplea igualmente para nombrar extravagancias arquitectónicas construidas entre los siglos xvii y xix: pequeñas edificaciones construidas dentro de jardines, o cubiertas casi completamente por la vegetación, que carecían de usos prácticos pero destacaban por su profusa decoración o por ser edificaciones fantasiosas de otra época, ya fuera real o imaginaria. 

Albergada dentro de una casona porfiriana, Galleria se transforma en una folie por derecho propio, actuando como un portal hacia otro tiempo y espacio; una vía de escape. En ella se reúnen varias de las fijaciones distintivas de la artista: la exuberancia de la roca escarpada de la entrada, semicubierta por ramas y lianas, se torna racional y contenida al interior. Al entrar al corredor, las líneas sinuosas de la vegetación se disciplinan en líneas rectas, de proporciones idénticas, que dan forma a 24 nichos divididos en dos registros y repartidos entre los muros izquierdo y derecho. En el registro superior se muestran pequeños bosques y capriccios arquitectónicos que son invadidos por la vegetación al estilo de las ruinas románticas. El registro inferior es aún más intrigante, pues parecería abrir una ventana a las entrañas de la tierra: los nichos enmarcan los relieves serpenteantes y rítmicos del cartón que, como por encantamiento, se convierte en un paisaje estratigráfico, delineando cada capa que se acumula, a lo largo de millones de años, en el planeta. Aquí, el artificio deviene ensoñación y, con ello, transporta a quienes observamos dentro de un tiempo profundo insospechado.

La imagen de las capas, producto de una lenta sedimentación geológica, ofrece una metáfora apta para describir, en conjunto, la obra de Jospin. En ella, cada elemento se acumula durante largos períodos y se va fundiendo con otros para conformar una estructura de solidez discursiva y un sentido unitario al materializarse en el paisaje opaco del cartón. Cada uno de estos estratos aporta sedimentos que con la práctica, la reiteración de una misma idea, su ejecución en distintos momentos y, finalmente, su perfeccionamiento, dará forma a un universo propio. Sin embargo, ¿cuál será la duración de este mundo? 

A pesar de ser calificada con el mote de “la orfebre del cartón”, la percepción de este material dista mucho del de los metales, o al del mármol o las rocas que Jospin hábilmente imita. Los primeros usos del cartón corrugado fueron como un elemento escondido al interior de otros objetos. Por ejemplo, hacia mediados del siglo xix comenzó a insertarse en las copas de sombreros dado que su flexibilidad y maleabilidad permitían hacerlas más resistentes y durables, e incluso actualmente es relegado al ámbito utilitario. A pesar de su nobleza y uso extendido, el cartón continúa siendo un material ordinario y sin pretensiones, cuestión que lo acerca a la ideología del arte povera, por ejemplo, que prescindió de materiales con larguísimos ciclos de vida y, por el contrario, acogíó los retos que aportaba cada medio elegido. Contradictoriamente, las obras en Folies conservan un elemento vulnerable o frágil gracias al empleo mismo del cartón, aún con su escala e imponente presencia.

Sospecho que la fragilidad no es un obstáculo sino un elemento bienvenido dentro de esta ensoñación. No debería extrañar entonces que en los últimos años la artista haya incorporado al bordado dentro de su repertorio de técnicas y materiales. Estas delicadas piezas, realizadas en hilo de seda, ejecutan en color los dibujos que han servido como matriz de producción de la gran mayoría de la obra de Jospin. En la temporalidad del bordado, un medio particularmente frágil en lo que a la historia del arte refiere –al ser calificado como “trabajo de mujeres”, decorativo o un arte menor ha desaparecido de estos recuentos con extrema facilidad y suma recurrencia–, puede trazarse una analogía con la temporalidad que emerge de este cuerpo de obra. Al momento de realizarse, cada puntada se inscribe en el tejido del tiempo como un evento que se separa de lo mundano y ordinario, se convierte en duración pura. En la obra de Eva Jospin, estos universos se conjuran cuando el tiempo de la creación se empata con el tiempo de la observación. Mirar es soñar y soñar es ingresar en otro tiempo: le temps de la folie.