Imaginar la imagen

2023



“Imaginemos que los orígenes de la fotografía no van a encontrarse en algún momento alrededor de inicios del siglo XIX, cuando los hombres blancos disfrutaban de una cierta riqueza cultural, política y tecnológica y podían soñar con ser reconocidos como inventores glamorosos si y cuando lograran desarrollar formas novedosas para fragmentar, diseccionar y explotar los mundos de otros para enriquecer su propia cultura”, propone Ariella Aïsha Azoulay en su libro Potential History. Unlearning Imperialism. “Imaginemos en cambio”, continúa, “que esos orígenes se remontaran a 1492. ¿Qué significaría esto?”

Significaría, y esto lo revela en las líneas siguientes, que aunque los desarrollos tecnológicos y materiales que permitirían captar imágenes –captar, del latín captare que significa contener, tomar o coger– permanecían a siglos de distancia, la ideología que hizo posible a la fotografía nació en el momento en que los predecesores de los hombres blancos a los que refería la autora entraron en contacto, fuera directo o a través de emisarios, con el “nuevo” mundo. Aunque Azoulay no utiliza la palabra deseo, y se limita, por el contrario, a hablar de ideología, considero que justamente el deseo –llámese también impulso o pulsión– de poseer a ese otro –sea un territorio, recursos o el semblante de las personas que lo habitaban– subyacía a la creación de esas imágenes, ya sea que cobren forma como fotografías, pinturas, dibujos u otros. 1492 marca el momento en que se establece que el mundo existe para ser exhibido a una audiencia selecta y los derechos para operar dichas tecnologías están acordados, evidentemente, a aquella clase que se ha abrogado en simultáneo el derecho de dominar los mundos de los otros. 1492 es la fecha clave que da inicio a una larga historia, aún en curso, del deseo de uno de esos mundos por explorar a los otros y saciarse de ellos, engullirlos, devorarlos. 

¿Cómo imaginar entonces a la imagen sin ese deseo que la consume y hace arder? ¿Cómo conservar intacta la superficie de la misma sin el impulso que palpita debajo de sí? La fotografía es una tecnología escópica producto de la modernidad, esto es, es la aplicación de una serie de herramientas y conocimientos para extender el sensorium humano más allá de sus capacidades biológicas, en este caso, la vista. No obstante, la fotografía no es la única tecnología escópica de la era moderna: los mapas hacen uso de la escala para reducir un territorio hasta hacerlo portátil con la finalidad de conquistarlo, la pintura representa bajo un velo romantizado la apropiación de las tierras y el anhelo –nuevamente, la proyección del deseo– de la extracción a la que quedarían sujetas (y, en aras de la brevedad, me abstendré aquí de abordar lo que ha ejercido, como disciplina artística, sobre los cuerpos de las mujeres) y los dibujos fueron empleados, entre otros objetivos, para crear un inventario taxonómico del mundo. No resulta sorpresivo que la fotografía opere bajo la premisa de que el mundo existe para ser poseído. Además, citando de nueva cuenta a Azoulay, “la cámara hizo visible y aceptable la destrucción del mundo impuesta por el imperio, y legitimó la reconstrucción del mundo bajo sus términos”.

¿Cómo imaginar la imagen fotográfica desmarcada del motor imperialista que la ha puesto en marcha? ¿Cómo deslindarse de su origen como parte del andamiaje complejo del capitalismo y el patriarcado? Hacer una pausa dentro del vértigo que trajo consigo la modernidad y analizar las tecnologías escópicas que la sostienen a partir de entonces puede ser un camino viable. Dichas tecnologías no sólo se han encarnado en objetos o herramientas sino que se han arraigado incluso en nuestros propios cuerpos. Por ejemplo, sin necesidad de apoyo material alguno, nuestra mirada ha hecho propia la racionalización del espacio a partir de la retícula artificial de la modernidad: la perspectiva, la línea de horizonte, el punto de fuga. Imaginemos que emprendemos el proyecto de descolonizar la mirada, de forma tanto retroactiva como prospectiva; ¿cómo podríamos sacudirnos esa herencia centenaria? Imaginemos que emprendemos una vía conjunta para engullir a través de los ojos y devorar el mundo a nuestro alrededor en cuanto presionamos el obturador, pero brindándole agencia y restituyendo su carácter compartido. La clave está en imaginar: imaginar la imagen que deseamos para el futuro. Imaginemos un deseo otro.




Fabiola Iza
ESCINE, 1º de febrero de 2023