EL FETICHE PERVERSO DE LA OBRA DE ARTE
Publicado en el fanzine Registro 18 “Perversión”, 2009
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Un vestido coral. Una mano al frente. Una niña masturbándose.
El pintor se mira al espejo. Contempla su falo descomunalmente largo. Erecto. Atípicamente enrojecido.
Tras realizar una serie de desnudos de jovencísimas mujeres, Egon Schiele es denunciado por difundir dibujos obscenos y utilizar modelos que aún son niñas. Tales dibujos las representan en actitudes provocativas, extremas en ocasiones y abiertamente sexuales. Es 1912. Su obra confronta, ofende. Se le considera lasciva, degenerada, perversa. Tras ser detenido es llevado por un corto período a prisión.
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La perversión se asocia generalmente al ámbito de lo sexual, a encontrar el placer en prácticas que no son el propio acto sexual sino otras relacionadas a éste. Onanismo, voyeurismo, sadomasoquismo, coprofilia, entran en el plano de la perversión. Muchos poetas, pintores, dramaturgos, filósofos y demás han sido censurados por su obra e ideas que se les etiquetan bajo este nombre. El Marqués de Sade, el caso más famoso. Georges Bataille, el más reciente.
Al parecer, esta aberración y total rechazo hacia el arte de contenido abiertamente sexual ha cesado en la llamada postmodernidad: Lynda Benglis era anunciada por su galería, en las revistas de arte, con un retrato en el que aparecía desnuda y portando un largo pene de plástico entre las piernas y Paul McCarthy realizaba performances en los que se disfrazaba de mujer y simulaba copular con una bola de carne y un tarro de mayonesa (ambos ejemplos en la década de los 70). Si bien éstos eran actos de naturaleza crítica y paródica, eran bien aceptados dentro de un sistema que los legitimaba y, en parte, patrocinaba o impulsaba económicamente.
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Es prudente entonces preguntarse si ese miedo a los impulsos sexuales y al erotismo ha sido superado. Tal parece que dentro de la sociedad del todo vale, el contenido de la obra de arte es lo menos importante ya que ha devenido un mero fetiche. Con el fetiche de la mercancía bien predecía Marx lo que le habría de suceder igualmente a la obra de arte. No hay necesidad de censura, eso ha tomado un plano secundario. La primacía es concedida ahora a lo económico y he ahí quizá la perversión actual del arte: la desviación o degeneración de su sentido.
A través de las distintas épocas, la función u objetivo que se le asigna al arte se ha ido modificando. En el siglo XVIII, lo estético era considerado la base del conocimiento o una vía de acceso a éste (las Cartas sobre la educación estética de Schiller son un claro ejemplo), uno de los matices que adquirió en el XIX es el de plataforma para la denuncia y manifestación de los horrores vividos por un pueblo (pensemos en Goya) y, en las primeras décadas del siglo XX, se buscaba cuestionar los cimientos del arte mismo, una reflexiona tautológica y reafirmativa. ¿Qué se espera actualmente del arte? ¿Qué se le pide? ¿A qué se pretende llegar con –o mediante- él? Resulta probablemente inútil buscarle una función o finalidad, ingenuo incluso. Sin embargo, éste debería tener una motivación más profunda, ajena a todo pragmatismo.
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El sistema actual del mercado del arte, ¿nació de una perversión? ¿Es acaso sólo un bien de consumo?
En lugar de dar una respuesta a este cuestionamiento, varios artistas han decidido jugar y satirizar esta situación. Una referencia obligada es la que realizó Piero Manzoni en mayo de 1961: la Merda d’artista. En pequeñas latas, Manzoni supuestamente introdujo 30 gramos de su propio excremento y los vendía en el equivalente de su peso en oro. Lejos de suscitar asco o repulsión por parte de los compradores, las noventa latas se vendieron en su totalidad y su precio continúa aumentando. Sea lo que sea, tengan o no la mierda del artista dentro, la obra devino un fetiche que es subastado y buscado por coleccionistas. Efectivamente, Manzoni parodió esta situación –al igual que la de la figura del artista- y se burló de todo un sistema voraz, del capitalismo que todo lo objetualiza y convierte en una potencial adquisición.
Otra especie de artista-gallina de los huevos de oro es el británico Damien Hirst. Figura icónica y central de los YBA (Young British Artists) es actualmente el artista vivo más caro del mundo, llegando a vender obras hasta en casi £11 millones (el equivalente a poco más de $400 millones de pesos). Increíblemente polémico, Hirst ha sido considerado por muchos críticos como un farsante, un artista-mercadólogo que realiza obras absurdas y, en el mejor de los casos, falsamente provocadoras. Sensacionalistas. El crítico de arte Robert Hughes ha llamado a la pieza más famosa de Hirst, La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, la cual es un tiburón sumergido en formaldehído, “el ejemplo perfecto de la prostitución del arte.” A lo cual agrego también que “es el organismo marino más sobrevalorado del mundo.”
Las obras de Hirst son muy populares entre los principales millonarios y coleccionistas de arte, mafia rusa incluida. Sin embargo, en el terreno académico –al igual que en el crítico- ha levantado muchas quejas y sospechas sin que esto importe para que una pieza suya siga siendo una inversión segura. ¿Mediante la publicidad y el escándalo se puede inflar el precio de una obra? Sin duda alguna, sí. Lo cual no sólo sucede con los artistas vivos sino también con los que ya han muerto.
¿Qué sucede cuando la motivación para adquirir una obra es hacer una inversión segura? Que el sentido del arte se ha pervertido. Los dibujos de Egon Schiele que antes se habían censurado (precisamente por su supuesta perversidad) ahora se subastan en Christie’s con un precio inicial de un millón de dólares. La sociedad burguesa de su tiempo lo condenaba, la de ahora lo aclama puesto que un simple boceto suyo es una inversión segura.
Regresando al mismo Damien Hirst, queda aún pendiente cuestionar su figura, un hombre controversial y un artista, por excelencia, polémico. A finales de 2008 decidió subastar 223 obras nuevas en la casa londinense Sotheby’s, saltándose a las galerías en las que por lo general se expone la obra previamente a venderla o subastarla (asimismo se saltó el 40% que cobran de comisión). Beautiful Inside My Head Forever fue el nombre que se le dio a la venta-exposición, la cual logró £111.5 millones.
Lo que realmente hace Hirst continuará siendo un misterio: ¿logra vender a altísimos precios su trabajo o se burla de todo un sistema, sacando a su vez provecho de ello? Quizá, al igual que Piero Manzoni, se mofa de quienes comprarían cualquier cosa a cualquier precio. Si Marcel Duchamp, en una broma aún incomprendida, logró introducir a las salas de los museos un urinario (su Fuente de 1914), en el caso de ser un cínico que le ha dado la vuelta a todo el mercado del arte, Damien Hirst ha logrado introducir series completas de animales en formaldehído a salas de museos, galerías y coleccionistas privados.
La perversión en el arte ha dejado el terreno de lo sexual para anclarse en el del universo de la obra-fetiche.