MAGDALENA FERNÁNDEZCentro Cultural Clavijero, Morelia, 2023
Uno de los aspectos más estudiados dentro de la producción de Magdalena Fernández ha sido la apropiación: en sus videos e instalaciones la artista ha resignificado obras de otros autores mudándolas de su medio original –pintura, en su mayoría– a otro –predominantemente videos y videoinstalaciones–. Así, los famosos lienzos horadados de Lucio Fontana, por ejemplo, se transforman en imágenes en movimiento en las que se registra el momento en el que suceden tales transgresiones de la superficie pictórica. O, al llevar los Metaesquemas de Hélio Oiticia a videoinstalaciones inmersivas, sus vibrantes rectángulos adquieren un movimiento que no es sugerido sino real. A pesar de que la apropiación ciertamente juega un papel crucial dentro de su práctica, propondré aquí al dinamismo como eje rector de este cuerpo de obra.
En la serie Pinturas móviles corporales, Fernández se ha alejado de la lógica operativa del reenactment para acercarse a la antigua tradición de los tableaux vivants. La diferencia crucial estriba en que las escenas de estos “cuadros vivientes” no son estáticas sino que, como su título anticipa, adquieren sentido gracias al movimiento. La artista convoca a colaboradorxs diversxs y coordina una serie de acciones que filma desde una posición cenital; el resultado son escenas en las que se evoca la fuerte influencia de la pintura vanguardista dentro su glosa visual pero generando una narrativa que se escinde del legado modernista.
En 1pmc022, Cempasúchil, unos titilantes puntos color naranja –la flama sutil de unas velas– irrumpen en la penumbra profunda del “lienzo”, de manera similar a las perforaciones de algunos conceptos espaciales del mencionado Fontana, y se desplazan por él hasta formar un octágono. Conforme la luz del día permea la imagen, se revela al centro de un patio virreinal lo que parece ser una ofrenda de día de muertos: una acumulación de puntos amarillos y naranjas como las flores que, una vez al año, guían con su olor a lxs muertxs de regreso a sus hogares. Pero en las imágenes de Magdalena Fernández las cosas nunca son lo que aparentan y, en lugar de flores de cempasúchil, unxs niñxs cargan globos naranjas y los desplazan a través del patio, siguiendo una coreografía en la que trazan el contorno de los carriles del piso en su andar. Una estrella/flor surge de repente, irradiando la luz que estaba al centro y dispersando su energía a lo largo y ancho de la superficie del lienzo/pantalla.
Ésta no sería la primera vez en que Magdalena Fernández postula a la naturaleza y sus poderosas manifestaciones como la fuerza creadora, tanto de vida como del arte. Aquí, el cempasúchil, que es la flor que comunica a dos mundos, se transforma en el sol, astro generador de vida. En algunas obras anteriores la naturaleza se ha expresado a través del sonido de la lluvia y los truenos, por ejemplo, que genera las composiciones lineales del modernismo y a su ritmo e intensidad, o por medio de la estridulación de los insectos y el canto de las aves, sonidos que dotan de movimiento a figuras geométricas evocativas de la obra de Mondrian.
Si en las obras citadas anteriormente la artista buscó enunciarse desde el paisaje de su Venezuela natal, en esta pieza, creada con el apoyo de Alejandro Ramírez Magaña y en colaboración con el Centro Cultural Clavijero, la luz del fuego –real y metafórico– es energía pura. Por un lado, éste propulsa el movimiento de las figuras de la obra y, por el otro, da cuenta de la luz que los muertxs generan, fluyendo a través de lxs niñxs. La obra honra esta celebración tan arraigada en México, la cual podría plantearse como una manifestación más del flujo y el tránsito: es el momento en el que las almas de quienes han fallecido se desplazan entro dos ámbitos. Al formar una estrella/flor, 1pmc022, Cempasúchil es un homenaje al dinamismo de los ciclos a través de los cuales el mundo, al igual que el arte, se regenera.